Desde hace unos cuantos años hemos oído hablar del cambio climático. Hoy en día ya es una evidencia y también una preocupación. No solo nos afecta a nosotros, a los humanos, sino también a toda la vida. Son muchas cosas las que se ven afectadas por el cambio climático y la vegetación también es una de ellas.
El aumento de la temperatura global causa un adelanto mayor al previsto en el ciclo de vida de las plantas. Las plantas que germinan y mueren en un mismo año y aquellas que florecen al comienzo de la primavera son las que tienen una tendencia mayor a adelantar su ciclo vital.
El cambio climático implica el incremento atmosférico de la concentración de gases de efecto invernadero, principalmente dióxido de carbono (CO2) y metano. Aunque estos gases se encuentran de manera natural en la atmósfera, las actividades humanas liberan al aire una gran cantidad de estas sustancias lo cual incrementa la temperatura media del planeta – calentamiento global – e influyen directamente en los patrones de lluvias ocasionando periodos más largos de sequía o por el contrario ocasionando fuertes inundaciones.
En la actualidad, muchos estudios se han enfocado en tratar de entender la respuesta de las plantas cultivadas ante los posibles efectos del cambio climático. Por ejemplo, en el trigo, una elevada concentración de CO2 puede aumentar la producción de semillas, a partir de las cuales se fabrican harinas y sus derivados que consumimos todos los días. En apariencia esto no sería malo, sin embargo, la cantidad de proteínas que contienen las semillas se reduce en comparación con las producidas en plantas creciendo a la concentración actual de CO2 en el aire
Entonces, en escenarios donde el dióxido de carbono es elevado, se podría producir más, pero con de menor calidad, con un producto que podría no satisfacer nuestros requerimientos nutrimentales. Además, el costo de producción se incrementa ya que como se ha mencionado, el cambio climático provoca también variaciones en los patrones de precipitación, por lo que los productores tendrán que invertir en sistemas de riego para satisfacer las necesidades de la planta, implicando mayores costos de producción, y por lo tanto un incremento en los precios de los productos.
Eso, solo por mencionar el ejemplo de uno de los cultivos más importantes a escala mundial, sin embargo no sabemos qué sucederá con las plantas que se cultivan tradicionalmente en nuestro país —comúnmente llamados cultivos de temporal— como el maíz, frijol y calabaza, los cuales son la base de nuestra alimentación y de las que depende la seguridad alimentaria de mucha gente en zonas rurales.
Es ahí donde la ecofisiología vegetal puede contribuir a entender la posible respuesta de estas plantas ante los efectos del cambio climático. Puede ayudar, por ejemplo, a delimitar nuevas zonas de aptitud para diferentes cultivos de acuerdo a las proyecciones de cambio climático en el país: una planta crece en un sitio particular porque ahí encuentra las condiciones óptimas para poder germinar, crecer y reproducirse, pero ante la variación ambiental, producto del cambio climático, podría ya no ser capaz de crecer en la región geográfica en la que lo hace en la actualidad. Mediante estudios ecofisiológicos se puede determinar cuáles son los rangos ambientales —temperatura, humedad, precipitación, luz— en los que una planta puede crecer.